Muchas veces nos acompaña una agria realidad, la de vivir sin voz, sin autoridad, y sentir que nuestras opiniones son pisoteadas, ninguneadas o simplemente desoídas. Este hecho puede recordarnos a la infancia y aquellas palabras que de niños decíamos y repetíamos, pero que caían una y otra vez en oídos sordos.
Esta experiencia, quizás olvidada, paradójicamente, suele manifestarse a lo largo de nuestra vida laboral, donde no será suficiente con hacer el trabajo lo mejor posible y bien si no que lucharemos una y otra vez por tener voz y ser escuchados.
Por mucho que nuestras ideas o planteamientos estén respaldados con razones sólidas, datos y pruebas, a menudo parecen naufragar o deambular sin pena ni gloria. Y al final, siempre nos hacemos la misma pregunta: ¿Qué importa lo que digo si nadie está dispuesto a escucharme?
Tristemente, la sociedad, nosotros mismos y como no, nuestros interlocutores tenemos sesgos y prejuicios. Uno de los más habituales suele ser el sesgo de la autoridad, pero también factores como la edad, el género, procedencia, estudios, idioma, puesto… pueden influir en que el mensaje sea o no escuchado. Y no nos olvidemos que estos papeles, tanto el de comunicar como el de escuchar, se invierten constantemente.
Muchas veces la solución más obvia y efectiva como profesional puede ser un cambio de trabajo, cliente o proyecto. Otras veces, trabajar la marca personal puede mejorar e invertir esta situación. No es inmediato, no es fácil, pero puede traernos grandes alegrías y es algo que por mucho que nos pese o cueste no debemos descuidar.
Si estás en esta situación y eres de los que empieza el curso en septiembre déjate este año de lenguajes, herramientas, IA y céntrate en tu marca, pero sobre todo en mejorar tus habilidades y capacidades comunicativas, argumentativas y persuasivas. El objetivo no es conseguir que nos den la razón, sino que nuestra voz sea escuchada y considerada, que tengamos la oportunidad de defender nuestras ideas y puedan ser igual de válidas que la de otros colegas de profesión.
Y no nos olvidemos, los datos son importantes, pero el charlatán también utiliza los «datos» para convencer a su audiencia, a su interlocutor y la gran diferencia en muchas ocasiones es el relato. Trabajemos el relato y aunque los datos son un recurso valioso, en un mundo lleno de prejuicios, son el tono de nuestra voz, la elocuencia con la que hablamos, nuestro carisma y nuestra habilidad para persuadir lo que cobra mayor relevancia.
Nos gustaría despedirnos y decirte lo contrario, pero siempre habrá charlatanes a los que les siga funcionando el altavoz y eruditos que sus palabras pasarán sin pena ni gloria. Intentemos entre todos no fomentar que los charlatanes tomen el mando y se apropien, en ocasiones, del conocimiento y el trabajo ajeno llevando incluso el reconocimiento, pero sobre todo, que no sean los que de forma interesada influyan en el sector.
Y a ti, como despedida solo te decimos: escucha.
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