El brillo de tus ojos desaparecía cada mañana, tu sonrisa, tu expresión y tus chascarrillos, tu esencia, en definitiva, todo parecía marchitarse al mismo ritmo que lo hace una rosa en un jarrón.
La ilusión, la energía y la curiosidad apisonadas por la rutina. Se apodera el hastío, agravado por el engaño de un sector que veías totalmente diferente en el dossier del máster o en el timeline de tus redes sociales.
Todo te abruma, va demasiado rápido y no consigues divertirte, pero es trabajo, tampoco tiene que hacerlo. Tu vida profesional parece una retahíla de herramientas y sigues sin entender los vaivenes tan cambiantes de la profesión. Un año toca tecnificarse en algún lenguaje de programación, otro lo importante es el diseño y el storytelling, al siguiente, ser experto en algoritmia avanzada. El mercado te marea, te satura, hace que pierdas el foco y no consigues brillar ni tampoco encajar.
Terminas jugando a sobrevivir en un entorno que sientes que te queda grande, que no es para ti. No lo logras entender ni tampoco controlar, te exiges profesionalidad, mientras sigues alucinando cuándo descubres que las chapuzas facturan y mucho. Una rentabilidad que sabes que tarde o temprano se convertirá en lastre y agilizará algún cambio de nombre o rumbo de la profesión, pero esto, quedará para otra ocasión.
Hay días en los que rezas y pides que tu trabajo se pudiera ejercer de una forma más mecánica, otros en cambio, deseas todo lo contrario.
El ritmo frenético te puede llevar a sentirte cada vez más cojo, saturado e inmóvil. Una aura negativa se instala en ti, un rumbo que te termina llevando hacia las piedras. Te bloqueas y ya no sabes si estás sufriendo el síndrome del impostor, de la hoja en blanco, el de parálisis por análisis, una mezcla o un cúmulo de sensaciones que no sabes cómo etiquetar, pero la realidad, es que te sientes cada vez más mustio.
Una experiencia, la anterior, que no nos suena ajena si no cercana y es algo que tenemos que luchar y combatir.
El mundo y la tecnología puede ir lo rápido que quiera, pero tu habilidad para empaparte de una disciplina, de unos conocimientos o de un oficio seguirá teniendo su ritmo habitual, es lógico y no te debe de agobiar.
Buscar la motivación y la curiosidad es, sin duda, la tarea más difícil a la que nos enfrentaremos como profesionales. Ambas son la única receta que nos asegurará la supervivencia y bienestar nuestro y de nuestros allegados que a esto no se juega solo. Vuelve, cómo no, a ser una carrera de larga distancia, durante toda la vida y de mantenimiento constante.
Solo te diremos que intentes que el día a día no te asfixie, que no te engañen ni te engañes con tareas de cinco minutos, guárdate tiempo para pensar, reflexionar y no esperes que tu día laboral alimente la motivación y curiosidad por que seguramente no pase.
No tengas prisa y aplica siempre aquel dicho que decía: «vísteme despacio que tengo prisa». Y al igual que pasa con los buenos potajes, tú también necesitas tu tiempo y ritmo de cocción y por mucho que fuerces el agua con el aceite no se mezclan. Entiende las bases o terminarás sintiéndote como ese cocinero que ejecuta las recetas, pero no las entiende ni las saborea y sus platos, como mucho, solo sirven de alimento.
Encuentra tu sitio, conócete y no caigas en las modas del mercado, salvo que en ellas encuentres la motivación y el placer.
La motivación y la curiosidad es la única forma que tenemos para sobrevivir ante la complejidad y los cambios.
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